
La Unión Europea tras el Brexit
El funcionamiento del sistema institucional de la Unión Europea tras la salida del Reino Unido
El 1 de febrero de 2020 el Reino Unido abandonó la UE, una súbita ruptura de 47 años de una relación inestable pero fructífera para las dos partes. Esta quiebra no será completa hasta el próximo 1 de enero de 2021 y no es descartable que ese plazo pueda prorrogarse por uno o dos años.
El contexto político, económico e institucional en el que se va a producir es particularmente complejo. En primer lugar, por una circunstancia excepcional sobrevenida, la crisis europea y mundial derivada de la pandemia del Covid 19, que va a exigir centrarse en lo que debe ser el objetivo prioritario, la recuperación económica y social. Pero a ello deben añadirse otros factores endógenos puesto que tanto el Brexit como la crisis sanitaria llegan en un momento en que la Unión intentaba, una vez más, salir del “bucle” en el que lleva instalada desde la gran ampliación en 2004, tras el fracaso del proyecto constitucional en 2005, la crisis financiera iniciada en 2008 y finalmente el referéndum del Brexit en 2016, que han impedido cualquier intento de alcanzar nuevos objetivos. Ahora los efectos de la pandemia presagian que el bucle continúa.
El impacto de estos factores en el juego institucional comunitario debe tratar de ser controladopor la Comisión Europea, que tuvo una gestación turbulenta con el fracaso del compromiso político de los Spitzenkandidaten. No lo tiene fácil la nueva Comisión, pero tiene un ejemplo a seguir en el Grupo Negociador del Brexit dirigido por Michel Barnier.
La pérdida de uno de los Estados grandes se ha traducido en modificaciones en la composición del Parlamento Europeo. Por otra parte, las elecciones de 2019 han permitido que las fuerzas políticas que hasta ahora han gobernado el sistema institucional comunitario desde sus orígenes (democristianos, socialistas y liberales) sigan teniendo el 60% de los escaños de la cámara. Pero el Parlamento Europeo no se rige por reglas de actuación, tan predecibles como las del Consejo, y la experiencia demuestra que “tiene vida propia” y no está dispuesto a ser considerado como convidado de piedra ante las decisiones del Consejo.
En el caso del Consejo de la Unión, las repercusiones del Brexit van a ser probablemente mayores. Esto es debido a las variaciones en el cómputo de las mayorías, referidas al porcentaje de población, para adoptar acuerdos o para obtener una minoría de bloqueo y sus efectos en las relaciones de influencia de cada Estado. En este punto, la posición alemana se va a equiparar con la de Francia, Italia o España, pues cualquiera de estos puede con otros dos de ellos y un cuarto estado más pequeño conseguir una minoría de bloqueo. Por otra parte, Alemania ha perdido la cómoda posición que hasta ahora tenía en asuntos relativos al incremento de gastos comunitarios ya que al no poder ampararse en la radical posición beligerante británica deberá tener una posición más activa y visible. Han irrumpido además agrupaciones de gobiernos con intereses homogéneos: el Grupo de Visegrado, “Los Frugales”, “Los Amigos de la Cohesión” o la “Nueva Liga Hanseática”. Los grandes –salvo el caso español y para la cohesión- han permanecido al margen de ese juego, para tener mayor libertad de movimientos.
El panorama descrito muestra lo endiablado que va a resultar manejar el sistema decisorio comunitario, más pensado para frenar que para avanzar. La Comisión puede forzar la unanimidad en el Consejo; en el Consejo los grandes pueden obtener minorías de bloqueo; y el Parlamento responde a reglas propias, no siempre fáciles de predecir. Para ello la práctica de los trílogos puede ser particularmente útil.
En todo caso, no debe olvidarse que la integración europea está basada en favorecer los intereses nacionales de todos sus miembros, y que el interés comunitario no es algo ajeno y contrario al interés nacional, sino que ambos se encuentran en una relación interdependiente. Aunque en momentos de crisis se nubla la visión de la realidad, no debe olvidarse que nos tenemos que salvar juntos. Los más de sesenta años de integración europea debían habernos enseñado esta lección que debemos recordar ante los tiempos turbulentos que se avecinan.
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