
Comunicación Política y Plataformas Sociales (artículo completo)
Cuando las realidades digitales hacen y deshacen nuestra res publica
Transformación del espacio público por el uso y abuso de las plataformas sociales.
Antes incluso de los tiempos de la pandemia por el coronavirus y del confinamiento universal fuimos conscientes del poder de las nuevas tecnologías digitales como instrumentos capaces de redefinir nuestras sociedades y determinar sus políticas.
Ahora, ya no caben excusas o apelaciones a la ignorancia. Cuando todo se detiene y el silencio solo se rompe por el aplauso a los héroes en primera línea de batalla ahí siguen las plataformas sociales y sus redes, recolocando el mundo y conectando vivencias y emociones, soledades y multitudes. En definitiva, vinculando al ser humano con un medio social tan individualizado e identitario como global y sin fronteras.
El aislamiento domiciliario y el miedo al contagio, a su propagación y al colapso (sanitario, económico, institucional, etc.), no es que nos hayan acercado más a las redes sociales, sino que las han convertido en herramientas insustituibles para todavía mucha más gente. Empezando, curiosamente, por los más viejos y vulnerables: nuestros mayores confinados en sus residencias.
Sin duda, la reclusión en casa de buena parte de la población mundial ha disparado la utilización y también el abuso de las redes sociales, con sus luces de acceso y divulgación de la información y sus sombras de manipulación, reproducción de bulos, teorías conspiratorias y mentiras manifiestas. En este nuevo reajuste de prioridades personales y anhelos colectivos, la triada tecnología, sociedad y política confluye más que nunca con unas redes sociales que, a través de las nuevas tecnologías, condicionan la voluntad de los gobiernos y sus políticas públicas.
Y, sin embargo, mirando al pasado, algo hemos aprendido. Ya no somos tan ingenuos. O, peor, nos hemos vuelto más recelosos. De la primera pulsión positiva hemos pasado a cierta aversión pesimista y, todavía hoy, no somos capaces de vislumbrar ningún equilibrio convincente entre pros y contras.
La expansión del acceso y difusión de la información y de la comunicación – a través de Internet y de las redes sociales – y, con ello, el impulso exponencial que permite a nuestra capacidad de participación política, ha sido tan vertiginoso como, en principio, emancipador. Pero, al poco tiempo, el sueño se convirtió en pesadilla. El lado oscuro de la era digital, con su reverso manipulador, de bulos interesados y fake news, vino a nuestro encuentro.
Ya veremos qué nos depara el futuro y cómo digerimos la situación excepcional que la pandemia del COVID-19 ha propagado a nivel mundial. Pero algo parece más que meridiano. Aunque nada volverá a ser como antes, todos somos conscientes del mayor calado económico, político y, también, existencial, de las plataformas sociales con unas redes digitales cada vez más definidoras de nosotros mismos.
Sabido es que la claridad nace del juego de luces y sombras. Por eso nos centraremos aquí en los pros y contras de la expansión de las redes sociales para la determinación de lo político.
Aprendimos – con Aristóteles – que el ser humano no es sólo político o social, sino también un animal que habla. Y ya en el ciberespacio de nuestras sociedades complejas y multiculturales fue el canadiense Will Kymlicka el que subrayó que la política se hace en lengua vernácula.
Sin embargo, la revolución digital y sus redes sociales han impactado tan de lleno en todas las esferas de la política – territoriales, institucionales, identitarias, etc. – como para agitar, y de qué manera, nuestras conciencias. Y nos han mostrado algunas certezas y muchas dudas.
En el arte, cada vez más acelerado e impredecible, de lo político, de entre las verdades manifiestas destaquemos una: las redes sociales, como ejemplifica su uso masivo en tiempos de confinamiento, se han convertido en herramienta básica de la actuación política. Y, entre las incertidumbres de estos tiempos convulsos, de polarización política, desequilibrios sociales y desafección ciudadana, afrontemos la siguiente pregunta: ¿sobrevivirá la democracia constitucional a la revolución digital y a la construcción de nuevas hegemonías políticas desde las redes sociales? Más pronto que tarde acabaremos sabiéndolo, pero ahora cabe analizar cómo incide la realidad virtual en nuestra res publica.
De la euforia por los impactos positivos de las redes sociales en la democratización y el empoderamiento ciudadano hemos pasado a la decepción. Polarización de mensajes y división bipolar de la sociedad, manipulación política y desinformación. En resumen, caldo de cultivo de los discursos más radicales, partisanos o populistas. Así, tras el Brexit, el lema europeo ‘unidos en la diversidad’ dejó paso a sociedades ‘partidas por mitades antagónicas’. Y no sólo en el viejo continente, también al otro lado del charco.
En ésas estábamos cuando la pandemia invadió nuestro mundo y quebró vidas y obras.
Mutación de partidos y mass media: propaganda política en social networks.
Con la proliferación de las redes sociales y la inmediatez de la comunicación, el papel de los intermediarios políticos clásicos había perdido su razón de ser:
- De un lado, los partidos, como instrumento de participación ciudadana en los asuntos públicos, ya no eran imprescindibles.
- De otro, los medios tradicionales de comunicación, el llamado - hasta ahora - cuarto poder había, en parte, dejado de serlo.
La relación directa entre líderes y ciudadanía revolucionaba la comunicación política. Las campañas electorales nada tienen que ver con las de antaño. Desde hace algunos años son las redes sociales las que dictan ciertas estrategias partidistas para captar votantes, movilizar al electorado y ganar la lucha competitiva por el voto. En definitiva, definen la democracia, en el sentido dado por Schumpeter (Capitalism, Socialism and Democracy, 1942).
Frente a los mass media, cuyo poder ha ido decreciendo de manera considerable con la llegada de la comunicación directa de los políticos con sus electores y con el público en general, los social media permiten comprobar los cambios superlativos que ha experimentado no ya la comunicación, sino su vertiente política. La conversión del usuario pasivo en posible comunicador activo atestigua el salto del primer Internet a la Web 2.0. Más todavía, ya no se trata de contraponer lo analógico con lo digital. El reducto analógico se mantiene residualmente en las viejas generaciones, pero el crecimiento exponencial de lo digital y la intercomunicación activa determinan la agenda política.
El carácter de intermediarios entre gobernantes y gobernados que jugaban, por un lado y políticamente, los partidos, y, por otro e informativamente, los medios de comunicación tradicionales, se ha visto superado por un modelo que permite la relación directa entre el líder, sus seguidores y también sus adversarios. Esto polariza y simplifica recetas y mensajes, tal y como demandan los nuevos populismos y su expansión a todo el espectro político.
No sólo el Estado de partidos de la democracia representativa ha entrado en barrena. También los viejos medios de comunicación – e incluso la última prelación para la información política de las televisiones - han mostrado sus carencias y debilidades, incluso tras el repunte por el confinamiento, ante el arrollador juego polarizador que representan unas redes sociales cuyo fines empresariales - no lo olvidemos - no realizan el bien común, sino que buscan el interés particular y el mayor lucro.
A la crisis del sistema tradicional de partidos, a la volatilidad electoral y a la desafección ciudadana con sus instituciones públicas, se ha unido la pérdida de credibilidad de los medios de comunicación tradicionales. Su acusación – fundada o falaz (según los casos) – de mercenarios del poder económico o político, junto con el carácter cuasi-gratuito, en muchos supuestos, de Internet y de las plataformas digitales, han multiplicado la búsqueda y la obtención de nuevos instrumentos de información concentrando mensajes radicalizados con destinatarios que corroboran sus intuiciones o convicciones.
Cada vez más gente, y por más y más tiempo, usa las redes sociales como medio principal no ya de comunicación, sino de información política y, por tanto, de vía que determinará de alguna manera el sentido de su voto. Desde campañas estrictamente locales a movimientos de alcance mundial, cada vez más personas interactúan, comparten y construyen su voluntad política, ante todo tipo de elecciones o referéndums, a través de las redes sociales.
Desde las elecciones que auparan a Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos, pasando por las que ganó Donald Trump, o la salida del Reino Unido de la Unión Europea con el referéndum del Brexit, hasta llegar al presente de las primarias demócratas o de las próximas elecciones norteamericanas, la incidencia de las redes sociales en la determinación de winners and losers puede ser tan concluyente como para hacer de la realidad digital el preludio del devenir político.
No podemos olvidar que las campañas electorales son verdaderas promociones de marketing político y, especialmente, un reclamo que hay que vender y deberán comprar los electores con su voto. El partido político, con su líder a la cabeza se convierte en mercancía a precio de saldo, pero que reportará suculentos beneficios a la comunidad.
La propaganda electoral a través de las redes sociales influirá más, obviamente, en las generaciones más jóvenes y más conectadas digitalmente. Sin embargo, aunque no todos los inscritos en el censo electoral tengan la misma dependencia informativa con las redes sociales, en momentos de volatilidad electoral tan pronunciada donde la victoria o la derrota se decide por tan poco, al determinar directa o indirectamente el debate político, la audiencia decisoria se concentrará - cada vez más - en las redes sociales.
La comunicación directa que permiten las redes sociales – al poder prescindir de la intermediación entre electores y representantes que realizaban los partidos políticos – incide en esa comunión entre ambos. Una supuesta autenticidad que fomenta el híper-liderazgo. La identidad entre gobernados y gobernantes, entre el pueblo y sus dirigentes, consigue personificarse. Por tanto, la propaganda electoral y la estrategia política a través de las redes sociales serán, por encima de otras formas de campaña, decisivas a la hora de vender nuestra marca y producto: el tándem partido (más instrumental) y líder (más todopoderoso, en identidad singular con ‘su pueblo’).
No obstante, es necesario distinguir entre una propaganda legítima de los partidos para atraer votantes y la manipulación de las redes sociales para dirigir a los usuarios hacia determinados comportamientos, aptitudes o voto electoral. La publicidad política a través de las redes sociales en campaña electoral poco tiene que ver con la tradicional pegada de carteles, los mítines e, incluso, con el contraste partidista a través de periódicos, radios y debates televisivos.
La publicidad personalizada a partir de huellas digitales y algoritmos se podría activar en nuestros ordenadores y teléfonos móviles, segmentando a la población según sus gustos, tendencias, deseos, etc. Más aún, las grietas inter-generacionales estallan cuando nos referimos a las redes sociales. Distintas generaciones – interwar, baby boomers, gen X, millennials, post-millennials– con diferentes hábitos de comunicación y formación de su opinión política, hacen inevitable la coexistencia de campañas analógicas y confrontaciones electorales cada vez más digitales.
El masivo poder de articulación de nuevas formas de expresión comunicativa que generan las redes sociales se proyecta políticamente en una doble dirección:
- De un lado, y de abajo-arriba, el estimado incremento de la capacidad individual para influir, condicionar o marcar la agenda o la discusión política.
- De otro, y de arriba-abajo, la asunción primero, y la colonización después, por parte de los actores políticos, y especialmente los partidos, de las redes sociales, al reforzar su presencia en dichas plataformas y, en proporciones cada vez más contundentes, dirigir sus proclamas y mensajes a potenciales votantes mediante su propaganda ideológica y electoral.
Pero no podemos confundir toda propaganda política con la manipulación del electorado a través de la conocida como ‘computational propaganda’ (Woolley, Samuel C., y Howard, Philip N., Computational Propaganda: Political Parties, Politicians, and Political Manipulation on Social Media, 2018). La lucha por la manipulación electoral a través de uso, o mejor, abuso, de las redes sociales mediante el análisis y la utilización espuria de ‘Big data’, algoritmos personalizados, inteligencia artificial, bots, trolls, etc., puede decantar la balanza de los resultados electorales o de los referéndums.
Dirigir hacia una determinada posición política a la opinión pública o a los votantes, mediante campañas de desinformación o el uso de bots manipuladores a través de cuentas automatizadas, ocultas y anónimas, se ha convertido en la pesadilla efectiva ante la que se enfrentan las actuales democracias. Más que ‘misinformation’, es decir, la expansión involuntaria de noticias falsas o no contrastadas, estamos hablando de ‘disinformation’, la manipulación intencional de nuestras creencias o percepciones de la realidad para controlar nuestra voluntad, decisión o voto. Ambas se alimentan de fake news, pero no debemos confundir la mala calidad de la información recibida con la desinformación manipuladora que nos quiere hacer cambiar el sentido de nuestra participación política.
Tal y como plantean Neudert y Marchal, la polarización que desarrollan las nuevas tecnologías digitales presenta, básicamente, dos formas: ‘polarisation by design’, debida a su propio planteamiento y no querida; y ‘by manipulation’, como polarización consciente y con finalidad manipuladora (‘Polarisation and the use of technology in political campaigns and comunication’, European Parliamentary Research Service, March-2019'. Pero, independientemente de este carácter involuntario o intencional, también subrayan que las técnicas de marketing buscan atraer la atención del usuario y, con ello, generar más ingresos publicitarios. Y es de sobra conocido que las noticias sensacionalistas, conspirativas, y, al final, más radicales y polarizadoras, son las que logran mayores visitas y, por lo tanto, son las más lucrativas.
Dejando a un lado las pandemias globales, la confrontación bélica se ha trasladado, con la denominada ‘information warfare’, a las redes sociales. Y, aquí, la democracia corre demasiados riesgos si no se defiende. El juego electoral limpio y transparente exige garantizar una correcta conversión de la lucha por el voto en respuesta democrática y representativa. Sin embargo, muchos datos recientes corroboran lo contrario (‘Autocratization Surges-Resistance Grows. DEMOCRACY REPORT 2020’, V-Dem Institute, Varieties of Democracy).
Nuevas realidades digitales en reconstrucción de lo político.
El proceso digital y su impacto en la política serán todavía más determinantes en el futuro inmediato. Por eso son las autoridades públicas, y no sólo a nivel nacional, sino con convergencias regionales o internacionales, las que deben elaborar las normas – ‘hard laws’ y ‘soft rules’ – que posibiliten la exigencia de responsabilidad ante los casos de manipulación política o para revertir dicha manipulación.
Los malos augurios detectados en los días de confinamiento por la emergencia sanitaria que desató el COVID-19 nos hacen más conscientes de los peligros de la inacción jurídica ante el lado más siniestro de las redes sociales. Puede que la auto-regulación y los códigos de buenas prácticas (‘soft rules’) no sean suficientes. Cuando las grandes plataformas digitales que conforman las redes sociales callan, los Estados y sus organizaciones internacionales deberían tomar las riendas. Puede ser el momento de una ordenación normativa de obligado cumplimiento con capacidad preventiva y, en casos de ilegalidad, con mecanismos sancionadores efectivos (‘hard laws’). Tan fácil de decir como complicado de traducir en práctica jurídica.
Así hemos asistido a las dificultades de implementación de la legislación alemana de 2018. Esta normativa, a pesar de prescribir fuertes multas a las plataformas digitales que no eliminan contenidos ilícitos tipificados jurídicamente, no ha impedido las noticias falsas, ni evitado las dudas sobre su eficacia coercitiva o las críticas por su posible restricción de libertades. En otros países como Francia, Italia o España, todavía no se ha aprobado una normativa que proteja a la ciudadanía contra las ‘fake news’. En cambio, existen fuertes recelos y críticas en amplios sectores de sus opiniones públicas y publicadas, por estigmatizar algunas de estas propuestas legislativas como atentados contra la libertad de expresión, censuras informativas no democráticas, etc. (Muñoz-Machado, Julia, ‘Noticias falsas’, El Cronista del Estado social y democrático de Derecho, 86-87, 2020).
La política no es sólo racionalidad o deliberación (Rawls, Habermas), ni tampoco mera construcción popular hegemónica con redención identitaria-representativa (Laclau, Mouffe). Pero en la confluencia de ambas posiciones – asociativa e institucional versus rupturista o populista – las redes sociales, al peor estilo schmittiano, exaltan la irracionalidad y las pasiones. La exacerbada separación dicotómica de amigos frente enemigos y sus fronteras irreconciliables toma cuerpo y se expande digital y políticamente.
La capacidad de manipulación a partir de ‘Big data’ y el rastro digital dejado en las redes por cada usuario, junto con el escaso control público de las plataformas sociales, han supuesto un cambio tan exponencial en la manera de ser y estar en política como para hablar de una nueva realidad pública re-creada por la realidad virtual.
Los actores políticos cada vez desarrollan más ‘networks of bots’ con la finalidad de amplificar su propaganda, criticar a los adversarios electorales e, incluso, amedrentar a todos aquellos que pudieran fiscalizarlos y, en particular, a los periodistas. La publicidad electoral personalizada, junto con la recepción de propaganda política engañosa o, directamente, falaz, con el objetivo explícito de forzar el voto electoral hacia una determinada opción o, en su caso, reducir el sufragio de otras opciones o desmovilizar la participación, se han convertido en desviaciones indeseables de una comunicación social en redes que puede impactar de lleno en los resultados electorales.
La captura sin precedentes de datos personales realizada por las plataformas en las redes sociales permite crear perfiles de conducta muy sofisticados y, con ello, la tan deseada focalización singular de la información (‘micro-targeting’) o, peor aún, explotando una publicidad ad hoc con oscuros fines políticos (‘dark advertising’). La elaboración de estos perfiles individuales sobre nuestras filias y fobias, mediante algoritmos que procesan innumerables datos y que puedan ser vendidos al mejor postor, ponen a prueba el correcto funcionamiento de los procesos electorales. Y, precisamente, en tiempos de clara volatilidad del electorado, con cada vez menos votos ‘cautivos’, la repercusión de la publicidad singularizada, de los bulos, de las noticias falsas o engañosas, podría ser determinante para la victoria o el fracaso en futuras elecciones o referéndums.
Aunque la manipulación no es nueva en política, ahora nos enfrentamos a capacidades tecnológicas nunca vistas de propaganda y manipulación en unas redes sociales que no sólo han desbancado a los medios de comunicación tradicional, sino que han reconvertido a parte de estos medios en coadyuvantes de una intercomunicación política escorada hacia los polos y ávida de espasmos y radicalismos. El impacto que pueden tener las redes sociales en la determinación de la política ha hecho que algunos gobiernos, partidos y demás actores públicos utilicen los medios digitales para buscar mayor respaldo, controlar a su ciudadanía o dirigir, fraudulentamente, a la opinión pública o al electorado. Sin conciencia de la manipulación, se puede generar una propaganda política que decante no sólo la forma de afrontar determinadas cuestiones públicas, sino el propio sentido de nuestro voto (Balaguer, Francisco, ‘Redes sociales, compañías tecnológicas y Democracia’, ReDCE, 32, 2019, https://www.ugr.es/~redce/REDCE32/articulos/04_F_BALAGUER.htm).
Ante tantas lagunas o carencias normativas cabe citar la Sentencia 76/2019 del Tribunal Constitucional, de 22 de mayo, que declaró inconstitucional el Artículo 58 bis de Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Con esta jurisprudencia al menos se ha impedido que los partidos políticos puedan aprovechar la obtención de datos personales en la red para realizar, posteriormente, una propaganda electoral más singularizada.
En todo caso, la debilidad o incomparecencia de las grandes plataformas sociales a la hora de encarar y, en su caso, poner freno a estas prácticas políticas de propaganda con trolls, bots, botnets, perfiles psicográficos ilícitos, etc., hacen imprescindible que sean nuestras instituciones – y no sólo a nivel estatal, sino a escala global o, al menos, de la Unión Europea – las que se pongan a trabajar e impidan que la manipulación, la desinformación y la propagación explícita o subliminal de medias verdades o mentiras clamorosas, sitúen contra las cuerdas a nuestras democracias constitucionales y al final dinamiten nuestros derechos y libertades.
Y, sin embargo, en esta nueva ‘guerra de la información’, la cooperación entre las grandes compañías tecnológicas y las instituciones públicas es más urgente que nunca. El mejor uso de todo su arsenal tecnológico, incluidos los instrumentos automatizados de verificación, algoritmos e inteligencia artificial para la detección y respuesta contra informaciones tóxicas, discursos de odio, etc., se convierte en el nuevo marco de colaboración entre empresas digitales e instituciones públicas.
Aquí también la democracia constitucional se juega su pervivencia. Ganemos al menos esta batalla en una guerra que se sabe tal y como la historia: interminable.
Añadir comentario